«Podríamos decir que cuando me teñí el pelo de azul estaba pensando en otras cosas, y dos copas de vino tinto no mejoraban mi concentración. Me explicaré...»
Aquí está Aaliya, una mujer de unos setenta años, cómodamente sentada en un viejo sillón de su apartamento en Beirut, con una taza de té en las manos y muchas ganas de hablar. La señora nos cuenta su vida, pero qué vida... Huérfana de padre, repudiada por un marido al que nunca quiso, Aaliya ha dedicado sus mejores años a leer libros y a traducirlos, mientras en la calle caían las bombas y retumbaban los ecos de una guerra que la obligó a dormir con un rifle al lado de la cama y a ofrecer su cuerpo a cambio de una ducha caliente.
Somos lo que leemos, dijo un sabio, y Aaliya es eso: una mujer extravagante y entrañable, rodeada de papeles, que se resguarda de los malos recuerdos a la sombra de la buena literatura, buscando en los libros ese amor que nadie le dio.
Entrar en casa de Aaliya es estar ahí con ella y sus vecinos, compartir sus charlas, sus risas, su miedo y su valor, es una experiencia inolvidable que muestra una vez más el talento de Rabih Alameddine y nos seduce con el poder de las buenas historias.