Una mujer republicana, Mercedes Olmedo, se arroja al vacío para escapar a los sublevados, que suben en tropel por las escaleras de su casa. Corren los primeros días del Alzamiento franquista de 1936. ¿Por qué elige la muerte? ¿Tal vez para no correr el riesgo de convertirse, por miedo o por debilidad, en uno de ellos? Mucho tiempo después, en los años posteriores a la Transición, un poeta granadino, Jesús Búrdalo, inmerso en el proyecto de una poesía materialista, elige igualmente la muerte como un acto de coherencia radical en un tiempo de rebajas culturales y claudicaciones ideológicas. Pero son vidas no sólo al borde de la pólvora o del precipicio, sino también en contacto con la plenitud de lo nuevo y con una ética de la resistencia. Lo dice en la novela José Ignacio, El Teórico: «A pesar de la caída de los dioses, no hemos dejado de elaborar la lectura de un tiempo convulso? Y a veces, para no entregar tu obra, para no correr el riesgo de entregar tu coherencia, te ves en la obligación de saltar por la ventana». Se trata, en suma, de algo que no puede morir, como dice García Lorca: Quiero dormir un rato un rato, un minuto, un siglo; pero que todos sepan que no he muerto.