Dimas era un chaval de trece años que sólo tenía padre. También tenía un abuelo al que trataba muy poco porque vivía en las montañas, cuidando un rebaño de ovejas muy hermoso. Al padre tampoco le trataba demasiado, porque se pasaba el día viajando de un lado para otro, al volante de su camión. Quizá por eso Dimas salió un poco retraído. O eso creía su padre. En una ocasión, cuando su padre tuvo que hacer un viaje muy largo, Dimas fue a vivir con su abuelo. Durante su estancia en las montañas, Dimas descubrirá un mundo completamente diferente; conocerá a Silvia, la chica más guapa que había visto en su vida, y, enamorado o no, no se cansaba de oírla hablar y de mirarla. Pero casi lo más especial fue conocer a Eymo, el gnomo. El primer día que apareció, Dimas no cayó en la cuenta; le pareció un señor bajito, vestido un poco raro, pero como casi todos los que venían por el bosque eran raros, tampoco le llamó demasiado la atención. Para Dimas era un ser mágico, capaz de descubrir agua bajo tierra, de encontrar objetos perdidos, de entenderse con los animales y, sobre todo, de enseñarle verdaderas maravillas escondidas en la naturaleza.