La envidia es peligrosa porque es ingobernable. No es un defecto, una debilidad del espíritu o un pecado. Es una pasión con la que nace quien la sufrirá el resto de su vida. Quien envidia, siente amargura porque el otro tiene algo que él no posee, pero eso no significa necesariamente que desee poseer ese bien o esa cualidad. Quien envidia, siente tristeza o desasosiego por el bienestar o por la felicidad que imagina en el envidiado. No quiere obtener lo que tiene el otro, sino que el otro deje de poseerlo. Quizá sea que el que envidia quiera ser el otro. Eso es imposible, y de esa impotencia nace el resentimiento. La mitad de los pecados fue finalista del Premio Azorín de Novela 2010.