Desde pequeña asocia ideas, busca símiles, piensa en imágenes. No es que le guste, porque eso indicaría preferencias y en ella esto es algo tan innato como lo es tener los ojos azul oscuro, de uva, que parecen negros y que de pronto se observa que no lo son. Ahora anda por las calles del pueblo suburbano y fabril, que nunca recorrió, ya que el tranvía la deja en la esquina de la fábrica y la lleva de regreso a casa, desde la otra esquina, pensando que el hambre es una ratita blanca que le araña el estómago.
Es una lástima que por momentos la autora de La mampara no tenga la butaca que se merece en las letras chilenas. Y es un honor presentarla, gracias a esta edición, en España. De madre asturiana, Marta Brunet le debe no sólo parte de sus orígenes al país que la recibe ahora. Le debe también su vista, recuperada gracias a un viaje con el fin de realizarse una delicada operación a la vista ya casi extinta. España le devolvió la visión que tanto añoraba, aunque nunca perdió la frescura, energía y fuerza de su mirada que presentamos, ahora, a través de La mampara.
del prólogo de Paz Balmaceda.