El padre Traggia era una persona profundamente conservadora, partidaria del absolutismo y con una visión teocéntrica de la sociedad. Reclamaba una obediencia resignada a las órdenes de las autoridades, independientemente de la justicia de estas, y veía con malos ojos que los ciudadanos las cuestionaran. En 1812, durante su estancia en Mallorca, percibió una doble intriga. Por una parte, de los filósofos que ponían en peligro España y pretendían cambiar las instituciones; por otra, contra él.