La «mafia rusa» es un prodigio criminal que evoca un acervo mítico. El sentimiento de pertenencia a ella por parte de sus integrantes trasciende más allá de esa visión romántica del superhombre popular que opone resistencia a la autoridad y a los que detentan el poder, para finalmente atraerlos a su causa desde el pedestal de «ladrones nobles». Los intentos de conseguir riqueza, poder o influencia, tanto en sus países de procedencia como en España, no encuentran freno posible que pueda detenerlos in perpetuum.
La criminalización de la sociedad para alcanzar bienes de consumo durante la época soviética favoreció los mercados negros, y las organizaciones criminales se fueron consolidando y adaptando a las diversas reformas acaecidas en la URSS. La corrupción no fue un fenómeno novedoso, ya existía en la Rusia pre comunista. La disolución del sistema soviético y la apertura de fronteras con aires de libertad hicieron emerger, desde el debilitamiento del Estado, grupos criminales con técnicas delictivas hasta entonces desconocidas, que colapsaron los sistemas preventivos de Occidente.
En España se sintieron seguros; mediante matrimonios en blanco y otros métodos consiguieron la nacionalidad y su libre albedrío en toda Europa, sin sospechar que el Estado, a través de guardias civiles, policías y fiscales, con un arquetipo de lucha contra la mafia rusa, que sería paradigmático para otros países, acabaría con el paraíso montado por los «ladrones de ley» en suelo español.