Yo, Heidi, politóloga, blanca, alemana, con uno setenta de estatura, agraciada, si a mis cuarenta años, no había sido, sádica ni masoquista ¿cómo he podido acumular la colección de setenta y dos fustas de cuero, látigos delgados de distintos colores, nuevos unos, otros usados -quién sabe en qué y cuántas sesiones escabrosas de diferente índole- adornos extraños del pequeño apartamento en que residía con mi novio Alfred, en Bonn? Cuando nació mi amistad con Alfred él había escrito un interesante informe sobre el holocausto en una revista de enorme circulación, juicioso, documentado, que leí con detenimiento y comentamos, pero descubrí que su trabajo no contenía los antecedentes del exterminio, ni precisiones sobre el antisemitismo como doctrina nacionalsocialista y ambos estuvimos de acuerdo en que sería conducente estudiar el tema, lo cual hemos realizado en buena compañía, mediante diálogo fructífero, impreso en estas páginas, llenas de consideraciones que tienen peso para ser analizadas por lectores interesados en la conquista de la equidad con justicia social, en el Estado de Derecho, en que no se repitan acciones innobles contra la humanidad. Que una politóloga y un comunicador tuviesen el propósito común de disponer de tiempo para adentrarse en este tema no era mala idea y pensamos que ello serviría, conscientes de que no partíamos de cero.