El Manicomio General La Castañeda inició su vida pública en medio de las fanfarrias con las que el régimen de Porfirio Díaz inauguró las celebraciones del Centenario de la Independencia de México el 1.º de septiembre de 1910. En sus patios y pabellones, en sus talleres y jardines, bajo las sombras de sus castaños, se escribió una historia alterna de la modernización mexicana. Sin heroísmos, desde el lado más doliente de la realidad, esta historia se desarrolló en los diálogos ?obsesivos, entrecortados, oscuros? de internos y doctores; comisarios y familiares; policías y licenciados; alrededor del tema de la locura. Todo formaba parte de la conversación: la fe, el sexo, la pobreza, la pérdida, las distintas formas del rencor, los celos, el amor, la política. Ahí donde los médicos intentaban componer una figura profesional, traduciendo lo que escuchaban a los términos de la incipiente psiquiatría, los internos lograron con frecuencia transmitir sus experiencias personales con el padecimiento mental. El lenguaje de la calle se introducía, así, a los diagnósticos institucionales. El veredicto familiar. La versión más íntima. La Castañeda permaneció abierta durante 58 años y cumplió con diversas funciones sociales: un hospital, un lugar de cobijo, una cárcel apenas disfrazada, una última oportunidad, un archivo? Una ciudad de juguete. Una metáfora de los tiempos por venir. Un futuro que ya nos alcanzó.