Argumento de La Casa de Jabón
Desde fuera, mirando a través de los barrotes de la entrada principal de la cárcel de San Pedro, se entreveía la vida fluir entre los reclusos estacionados dentro del patio principal. Mas allá de ellos, en el vientre de la institución, sus vidas quedaban atrapadas e invisibles. La etnografía de la prisión de San Pedro explora lo no dicho y lo indecible de la cautividad en este peculiar contexto, donde los reclusos viven sin vigilancia policial y pagando por comprar o alquilar su propia celda. En este territorio interno, dominado por los jefes de la organización de los reclusos, no hay que confundir el hecho de que presos puedan actuar libremente con que sean libres: la cárcel de San Pedro está saturada de campesinos y emigrantes cuya economía depauperada les ha trasformado en mano de obra barata para el narcotráfico y que, atraídos por las fáciles ganancias, lo han perdido todo entrando en la cárcel, alimentando así un círculo vicioso de miserias construidas previamente sobre las privaciones y las injusticias. Así, algunos de ellos viven con sus esposas mientras la mayoría quedan abandonados por la familia y por el Estado. La cárcel existe entonces solamente para cierto tipo de personas y de delitos. Ejerce violencias explícitas sobre los más vulnerables y las minorías a la vez que esconde sus fallos estructurales dentro de la desigualdad social y la indigencia que padece el grueso de los reclusos, demostrando que la injusticia, la enfermedad y el sufrimiento se configuran como fenómenos culturales inscritos en la interacción de privilegios y privaciones.1