El gato cae encima del cartero, quien pierde la correspondencia semanal de la portera. Esta, enojada, grita al frutero, que desconcertado, no solo no acierta con el pedido, sino que casi espachurra a una rana. Para evitar este trágico desenlace, el guardia de Tráfico sopla el silbato con tanto ímpetu, que se cae en el jardín del señor Romero y aplasta sus flores exóticas.
Todo esto ocurre a un ritmo vertiginoso, mostrándonos, de este modo, la fragilidad de la armonía social y cómo el caos puede originarse en un hecho, tan inocente y nimio, como el llanto de un niño.