Realista y sensata, Alice se ocupa desde hace tiempo de Jasper, un homosexual con quien comparte un radicalismo de izquierdas un tanto difuso y a menudo contradictorio; ambos recalan en una casa en ruinas junto con un grupo de jóvenes deseosos por colaborar con el IRA. Irredenta a su vez, Alice lucha en la calle, pinta consignas en las paredes, participa en piquetes huelguistas, pero al mismo tiempo se entrega con fervor al cuidado de las cuatro paredes maltrechas donde vive para convertirlas en un lugar habitable. Precisamente así, con fina ironía y un peculiar sentido del humor, es como Doris Lessing muestra los resortes inesperados de una mente en apariencia dogmática y maniqueísta.