Lo real es racional, es decir lenguaje, y éste es esencialmente movimiento, fluidez. Kant es la culminación de la historia de la filosofía, el recogimiento devoto a que alude Hegel, donde fluye y se acomoda en su movimiento dicha historia, es en sí mismo la fenomenología del espíritu, el lenguaje todo que ejerce desde lo interior, por eso es espíritu: nada más impuro y a posteriori que las críticas y juicios kantianos. Es la despoblación del cielo. Toca a Hegel la revelación de toda esa profundidad y su extensión, y el empujón final hasta las últimas consecuencias: lo otro, así, con minúsculas, ex-siste pero no es; el esto y el este son su-puesto el uno de (por) el otro, o como dirá después Lacan al definir a lo Otro como el lugar donde se constituye el yo que habla con el que escucha: como lo absoluto en Hegel, que se da ahí donde el yo, singular o colectivo, se reconoce de ambos lados: lo opuesto no es lo contrario, es lo opuesto de lo opuesto, y esto es el saber conceptual, el saber especulativo (especular), la voluntad de volver pensable todo lo que existe, volverlo liso (es decir, desdoblarlo) y someterse al espíritu como un espejo y su imagen reflejada, dice Nietzsche. Lo absoluto, el sí mismo.
El presente trabajo nos invita a oír esos tres lenguajes hablando de lo mismo: el lenguaje casi corporal de las tres críticas de Kant ese lugar donde aquella historia habla con el que escucha desdoblado en el lenguaje especulativo de Hegel, y ambos, y con ellos todos los demás, rescatados proyectándolos al futuro en las saetas de ese tercer superhombre que es Nietzsche: el superhombre, la tensión de ser puente, y arco.