«Desear un vestido rojo es un pecado espantoso si eres mujer. Porque de entrada el primer pecado es darse cuenta de que es -en definitiva es la verdad- una mujer; porque el segundo pecado es creer ingenuamente que es una mujer como las demás, que podría expresarse como las demás; porque el tercer pecado es decirse que al fin y al cabo sí que puede desear algo y expresarlo; porque el cuarto pecado es tener un deseo propio que hace tomar consciencia de que podría tener una existencia propia; porque el quinto pecado es querer existir en toda regla, y el sexto pecado le hace decir ingenuamente que necesita creerlo, y entonces llega el séptimo pecado , el séptimo pecado hace que surja en ella la idea de que es un individuo.»
La joven en cuya cabeza pululan estas palabras vive en un suburbio de París, tiene una hija de diez años y un marido que ha trazado para ellas un plan lleno de fronteras. La joven en cuya cabeza pululan estas palabras ha visto un vestido rojo en un escaparate, ha intentado comprarlo pero no puede. Piensa en que quizás, algún día, su hija pueda ponérselo en su nombre. Desea que, algún día, su hija se lo ponga en su nombre.
La joven madre que desea el vestido rojo no sabe leer. Sin embargo, acaba de llevar a casa un libro que ha encontrado en el descansillo de su piso. Podría ser del vecino, pero lleva varios días ahí y no lo ha recogido. Ella no sabe leer, pero su hija sí. Ese libro no puede estar ahí por casualidad. ¿Quién es ese Kant que habla de atreverse, de conocerse, de la necesidad de ilustrarse, de saber, para ser un individuo completo, una persona? La joven madre no es una joven madre cualquiera. Es francesa, pero no es blanca ni católica. La joven madre de esta novela es un fantasma que se esconde tras un burka.