Como escribe Sergio Ramírez en su prólogo, «fue bajo la premisa del amor, vivido desde su identidad cristiana, de sacerdote y de hombre de su tiempo, que Fernando ejerció una influencia ejemplar sobre sucesivas generaciones de jóvenes nicaragüenses, desde los albores de la lucha contra la dictadura con la toma de los templos, contribuyendo a fijar el sentido ético y hondamente humanista de aquella forja de conciencias juveniles, hasta la lucha armada, que fue obra también de jóvenes que renunciaban a todo, aun a la vida, y de allí hasta la cruzada, cuando los alfabetizadores se fueron a enseñar a leer y a escribir a los más recónditos lugares de Nicaragua».