Blasco llega a un Japón devastado por el terrible terremoto de ese mismo año, cuyas consecuencias describe con la vivacidad habitual en él. El Japón de 1923 es un país de abruptos contrastes, que ha salido de su Edad Media tan solo 50 años antes y que se debate entre la adopción de las pautas de la modernidad occidental y el peso abrumador de sus tradiciones. El relato del viaje es al mismo tiempo una síntesis excepcional de la historia del Japón, de su mentalidad vital, social y religiosa y de su avatar político, entreverada del humor y el vitalismo que nunca faltan en la prosa de Blasco. El resultado de todo ello, de la mano de un observador excepcional, es un relato apasionante.