Las palabras sinceras no son elegantes, pero sí sencillas, fáciles de comprender, por eso nos cuesta tanto pronunciarlas, porque, a veces, no queremos que se nos comprenda, porque la verdad duele y no queremos sufrir. Virginia no sólo sabe decirlas, sabe mantenerlas hasta el final, a pesar de las heridas, a pesar de que duelen mucho, muchísimo. Pero el amor está cerca de estas palabras y se convierte en nuestro mejor consuelo en noches solitarias y espantosas. Por eso, y contrariando, con cariño, su dedicatoria, la autora resulta ser la verdadera isla de resistencia de este libro incómodo y precioso, como la vida, como todos nosotros cuando nos enfrentamos con nuestra verdad.