Era una noche calurosa, en el Barrio Francés, y ella estaba sola en una habitación llena de deseo. Tenía el poder de experimentar las relaciones sexuales desbocadas de la pareja que había en el piso contiguo. Cada uno de sus besos, de sus sensaciones y de sus roces eran reales para ella, tan reales como si estuviera viviéndolos en primera persona. Con una desesperada excitación, llamó inconscientemente, una y otra vez, al hombre de al lado, hasta que él llegó a su puerta y a su cama, sabiendo muy bien lo que ella quería, y sabiendo cómo satisfacerla por completo.