¿Qué me arrastró hasta acá?, se pregunta Santiago Del Moro cada vez que está por salir al aire. La respuesta le llega mucho tiempo después, a la una y media de la mañana, antes de acostarse, después de seis horas de tele y radio. La madrugada le saca la ficha: el conductor más destacado del momento está agotado, pero feliz. Armé una vida rutinaria y pautada. Tan ordenada que muchas veces me comparo con un robot. Del Moro es la última gran aparición en la pantalla argentina, el hombre de la tele menos expuesto en las revistas del corazón, la figura que maneja con precisión la herramienta más novedosa del medio audiovisual: el rating minuto a minuto. La televisión en vivo es como meterte a nadar en una pileta donde están todos los monstruos pero también tus mejores amigos. Puede pasarte absolutamente todo. Es el mismo que, en estas páginas, repasa su vida sin miedo a las confesiones. Y revela los días más tristes y los más alegres, los sueños y las pesadillas, desde que era un pibe más en Tres Algarrobos hasta que se convirtió en ?el pendejo loco del cable?. En estos días, los políticos hacen fila para que los entreviste en su programa nocturno. No me gusta que me subestimen. En esta carrera hay muchos caminos por transitar. Yo he transitado siempre el camino del trabajo.