Temida, respetada y, a veces, reverenciada, Himmler planteó que las SS debían ser un cuerpo de elite dentro del partido, absolutamente fiel a Hitler. Su principal obligación era proteger al Führer, además de reforzar el régimen nazi, brindando apoyo a la policía en el mantenimiento del orden público. Tal llegó a ser su poder que no tenían que responder ante los tribunales civiles por las ilegalidades cometidas en el cumplimiento de su deber, lo que les garantizaba inmunidad para arrestar, maltratar y exterminar a sus adversarios políticos: tenían derecho para matar, y esto les otorgó un dominio absoluto en todo el Reich.