Educación para la ciudadanía y los Derechos Humanos constituye una nueva asignatura, propiciada por las Naciones Unidas, la OSCE y la Unión Europea, destinada a proporcionar al alumnado de los diversos Estados un pensamiento crítico acorde con la altura de los tiempos y una adecuada cultura ética, política y social.
Ahora bien, mientras que dicha asignatura se implantó sin problema alguno en el resto de los Estados europeos, en nuestro país, los líderes eclesiásticos, distintas entidades católicas, numerosos colectivos conservadores, amplios sectores del Partido Popular y algunos intelectuales resentidos se opusieron denodadamente a ella, dando lugar a toda una amplia serie de ataques, acusaciones y descalificaciones que incidieron de manera notable en la paz escolar.
De este modo, a la asignatura de Educación para la ciudadanía se la acusó de adoctrinar al alumnado, de destruir el matrimonio y la familia, de conducir al totalitarismo político, de constituir un remedo de la Formación del Espíritu Nacional franquista, de ser una basura totalitaria e incluso un barroco personaje no dudó en proclamar que se enseñaba ciudadanía al siervo, al siervo del Estado, no al ciudadano libre.
¿A qué se debieron semejantes despropósitos? En primer lugar, al voraz clericalismo de los mitrados españoles y a su vehemente deseo de imponer su ideología y sus criterios en el mundo educativo. En segundo, al integrismo de ciertos colectivos conservadores. Y, en tercero, a la frustración de los líderes y seguidores del Partido Popular, que si fue enorme en las elecciones generales de marzo del 2004, tal vez, fuera mayor, cuatro años más tarde, cuando Rajoy, el elegido de Aznar, volvió a perder.