El mito de la desterritorialización es el mito de los que imaginan que el hombre puede vivir sin territorio, que sociedad y espacio pueden estar disocioados, como si el movimiento de destrucción de territorio no fuera siempre, de algún modo, su reconstrucción sobre nuevas bases. Territorio se enfoca aquí en una perspectiva geográfica, intrínsecamente integradora, siempre en proceso, la territorialización como dominio (político-económico) y apropiación (simbólico-cultural) del espacio por los grupos humanos, enfatizando la relación espacio-poder a través de una concepción ampliada de poder (que incluye el poder simbólico). La globalización neoliberal acabó difundiendo el mito del fin de los territorios (confundido muchas veces con el fin del Estado), donde la aniquilación del espacio por el tiempo sería responsable en gran parte del preconcepto espacio-territorial que envuelto cada vez más los territorios en una carga negativa, vistos más como obstáculos para el progreso y la movilidad, a punto de (teóricamente, por lo menos) sumergirse en el mar de la fluidez o de las redes que todo lo disuelven o disgregan. El gran dilema de este inicio de milenio no es el fenómeno de la desterritorialización, como sugieren autores como Paul Virilio, sino el de la multiterritorialidad, la exacerbación de la posibilidad, que siempre existió, pero nunca en los niveles contemporáneos, de experimentar diferentes territorios al mismo tiempo, reconstruyendo el nuestro constantemente. Desterritorialización sería de hecho la territorialización extremadamente precaria a que están sujetos, cada vez más, las aglomeraciones humanas de los sin-techo, sin-tierra, y de tantos grupos minoritarios en su lucha por el territorio mínimo de la protección y el amparo cotidianos.