Las órdenes religiosas en general y la franciscana en particular estaban formadas por una rama masculina, los frailes, otra femenina, las monjas, y, finalmente, por seglares que seguían el ideal de vida franciscano, quienes conformaban la Tercera Orden. Sin embargo, hacia finales del siglo XIV, algunos de estos últimos empezaron de forma espontánea a retirarse y a reunirse en comunidades dedicadas a tareas de carácter benéfico-asistencial. No eran clérigos, sino seglares que tomaban los tres votos religiosos de obediencia, castidad y pobreza, y vivían juntos buscando una vida de perfección evangélica. Estas comunidades comenzaron a denominarse monasterios y sus superiores ministros, y empezaron a agruparse para defender sus intereses comunes y buscar la aprobación de su modo de vida por la Iglesia; primero se sujetaron a la autoridad de los obispos y después trataron que la Santa Sede les diese un superior que administrase y dirigiese esta incipiente Orden: el ministro general. La Orden se expandió rápidamente, aunque pronto perdió su independencia, pues a finales del siglo XVI sus frailes fueron incorporados a la rama principal franciscana, la denominada Observancia, a la que en lo sucesivo pertenecieron todos los conventos de la Tercera Orden Regular, agrupados en la provincia de Andalucía, hasta su supresión en 1835.