Todos los filósofos se han planteado el problema de explicar el devenir, es decir, la duración. Y en esta Historia de la idea del tiempo, el filósofo francés, Henri Bergson, lo ejemplifica claramente con el lenguaje. Compuesto por dos elementos esenciales, el lenguaje expresa en el sustantivo lo concreto y lo individual, a la vez que lo inmóvil y lo estable, mientras que en el adjetivo expresa lo general y lo cambiante. Bergson vincula estos dos elementos del lenguaje con los dos instintos fundamentales del ser humano como ser social: el sustantivo, que es lo estable, como expresión de la tendencia del individuo a someterse a la disciplina social; el adjetivo, que es el cuerpo en movimiento, como expresión de la tendencia del individuo a innovar.
En lugar de partir de conceptos claros y de contornos estables, y en lugar de intentar reconstruir con ellos la movilidad y la duración, Bergson propone emanciparse de los conceptos, descartar las categorías, al menos de forma provisional, para lograr colocarse en la duración pura y, desde ahí, volver a bajar a los conceptos. Y hacerlo es un esfuerzo que más que construcción requiere intuición.