Era feo, feo de solemnidad, pera era también el más grande bailarín que nunca se haya conocido en el desierto nórtico.
Fernando Noble llegó a Coya junto a su mujer, Ana Santa Fe, en busca de trabajo. Consiguió un puesto de sereno en el polvorín, un cargo que nadie quería. Su "don del movimiento" quedó en evidencia en su primera fiesta en el Salón Grande. Vestido con uno de sus anacrónicos ternos a rayas, dejó pasmados a los asistentes con los pasos y poses de su primer baile. "Esa noche supimos que la ley de gravedad no corría para el Feo, que bien podía bailar con una vaca de exposición y hacer parecer que esta flotaba en sus brazos". Y si bien hasta ahí todo parecía sonreírle, la enfermedad de su mujer y algunas otras vueltas de tuerca le pusieron la vida patas arriba. A partir de entonces nada fue igual para el Feo. Ni un nuevo amor ni su pasión oculta por el ballet lograron enmendar su destino heredado de sus padres, dos artistas tocados por el fracaso. Además de mostrarnos una estrafalaria fauna de personajes que habitaban habitan aún las pistas de baile del mundo porque esto es un tema universal, en esta historia de prosa bailable: rítmica, melódica y armoniosa.