Ediciones Irreverentes quiere hacer un homenaje a quienes perecieron por la brutalidad humana en los dos actos criminales más importantes de la historia: Hiroshima y Nagasaki. Más de 200.000 muertos en el acto, más de medio millón de muertes lentas, causadas por el lanzamiento de las bombas atómicas norteamericanas, bien merecen una reflexión desde la literatura.
Hiroshima sufrió el primer bombardeo atómico de la historia el 6 de agosto de 1945. La bomba fue lanzada por el bombardero estadounidense Enola Gay, bajo las órdenes del presidente Harry Truman, quien nunca pagó como criminal de guerra. Este acto bélico que pretendía la rendición rápida e incondicional de Japón a los EEUU, produjo la muerte instantánea de más 120.000 personas, en su casi totalidad civiles, y dejó heridas a más de 300.000, que en su mayoría presentaban variaciones y mutaciones genéticas debido a la radiación a la que fueron sometidos. El drama persiste hasta nuestros días en la población japonesa y en la conciencia norteamericana. Las vibraciones de aquel asesinato colectivo, siguen haciendo temblar a las personas que mantienen la dignidad.
El 9 de agosto de 1945 lanzó sobre Nagasaki la segunda bomba atómica, más potente que la de Hiroshima, el bombardero yanqui Bockscar. Arrasó la mitad de la ciudad al caer a un costado del valle de Urakami. Más de 75.000 habitantes de Nagasaki (ciudad que tenía una población de 240.000) fueron asesinados y resultó herida casi la totalidad del resto de la población. Se incendiaron las estructuras de acero de los edificios de hormigón. Desaparecieron los árboles. Los cuerpos humanos quedaron instantáneamente calcinados, durante décadas los vivos iban sintiendo progresivas deformaciones y muriendo de cáncer. Ningún acto de guerra tan criminal como el perpetrado por los Estados Unidos de América y por su presidente Truman. A pesar de ello, hay mentes enfermas que defienden el uso de las bombas atómicas.