Cuando alguien me pregunta por qué o para qué escribo, o si siento miedo a la hoja en blanco, me gustaría contestar con la misma gracia con que lo hizo hace tiempo Isabel Allende: ?Al contrario, siento tanto placer como si me tendieran una sábana blanca sobre el colchón para invitarme a hacer el amor??.
Hay algo de esa voluptuosidad, de una especie de sensualidad del espíritu, un placer estético y un desafío: crear imágenes coherentes, personajes creíbles, más allá de la realidad concreta o virtual del contenido.
Si tuviera que sintetizar en una palabra el alboroto intelectual y afectivo que me produce comenzar a imaginar una historia, creo que la palabra que utilizaría sería LIBERTAD. Porque al haber estructurado mi vida ?deliberadamente? dentro de un sistema establecido, que me dio seguridad y confort, sepulté a una audaz, soñadora y rebelde muchacha, siempre interesada en el arte, la política y los problemas sociales. Es decir, construí ?ladrillos?, al estilo de The Wall, para defenderme y defender a los míos. Esas paredes fueron muros, a veces infranqueables, para entrar o salir al aire libre. Entonces descubrí que ningún mandato, religioso, político o social puede coartar la libertad individual de pensar, de imaginar. A lo mejor, no podemos concretar en una difusión masiva nuestro pensamiento pero ¡qué gloria! Nadie puede prohibirnos jugar con nuestra imaginación hasta el límite que nos propongamos.
Puede parecer una conformidad ingenua, pero para mí es el mensaje indiscutible de lo que el Absoluto ha querido significar en la criatura humana: total libertad para pensar, para crear, para imaginar, para comunicar y comunicarse, para hacer.
Y por todo eso, escribo.