Grises y opacos narra la historia de la relación que mantienen una madre con su hijo contemplado desde el punto de vista de éste. El joven, de treinta y siete años, se ve obligado a salir de casa, a diario y por imposición materna y a muy pesar suyo, a buscar un trabajo que él cree no necesitar «¡Bastante hay con la paga de viudedad!». En su vagar por la calle, encuentra el mismo desorden que rige su sentido común. Vito, de personalidad y entendederas sui géneris, se sumerge en un mundo absurdo donde la realidad y lo imaginario se funden para construir una historia disparatada, en la que subyace una trayectoria coherente dentro de unos seres incoherentes y que no lo son más que los que encontramos a diario en la calle o en el mismo trabajo. Estos personajes que no desentonan en el contexto, parecieran estar hechos a la medida del protagonista. Entre ellos, destaca una joven de su misma edad que, acompañada de sus dos tías, tiene como afición ir cantando por la calle. En Grises y opacos, nos adentramos en el mundo onírico de sus personajes mientras, éstos, se mantienen bien despiertos. La narración nos llevará desde la introspección a la carcajada al discurrir por su amena lectura.