Las fronteras determinan no solamente la extensión territorial de los Estados, sino que se constituyen como la empalizada que permite distinguir entre los miembros de la comunidad y los que no pertenecen a ella. Juegan una función no solamente policial, sino sobre todo cívica e incluso constitucional, a propósito del Estado y la nación.
¿Es pertinente que en todos los casos las fronteras mantengan interna y externamente los trazados que tienen en la actualidad? ¿Deben seguir sirviendo como muros para contener la inmigración? ¿Pueden convertirse más bien en formas de control de la delincuencia y no en barreras frente a quienes huyen de la miseria y de la guerra? Estas preguntas conducen a un cuestionamiento radical de nuestras actuales formas de organización social. De su adecuada respuesta puede surgir un nuevo modelo de comunidad, o bien la persistencia de los actuales regímenes de exclusión y contención que se han demostrado tan ineficaces como injustos.