La supresión del paganismo y el cumplimiento de la legislación antipagana competían exclusivamente a las autoridades civiles. Sin embargo, obispos y monjes fanáticos se mostraron en la Antigüedad tardía dispuestos a llevar a cabo en persona el combate contra la idolatría. Los pensadores cristianos rechazaban el uso de la violencia y la jerarquía eclesiástica prohibía los ataques físicos contra los paganos y sus templos, pero, a partir de la Vida de Constantino de Eusebio, los hagiógrafos consideraron la destrucción de los templos como una muestra de celo cristiano, hasta el punto de que el «destructor de ídolos» se convirtió en un modelo de santidad. Las Vidas de santos, escritas en diferentes contextos y modeladas a partir de una gran variedad de tradiciones socio-culturales, tales como la Vida de Martín en la Galia, la Vida de Porfirio de Gaza en Palestina, la Vida de Hipacio en Rufinianae, cerca de Calcedonia, la Vida de Shenute de Atripe, en Egipto, la Vida de Barsauma en Siria, y otras muchas, incluían la destrucción de los ídolos entre las virtudes y los milagros del santo. La destrucción de los edificios y los ídolos paganos, que a menudo producía conversiones en masa, era una gran manifestación del poder divino y el símbolo de la victoria de la nueva religión sobre la antigua: los hagiógrafos invariablemente cuentan las conversiones producidas por estas acciones. Así, la hagiografía, un género literario muy popular en la Antigüedad tardía, se convirtió en un eficiente vehículo para transmitir una sutil invitación a la violencia sagrada.