No se ha escrito este libro con el propósito de confeccionar ni un manual de matarifes ni una guía o vademécum para charcuteros. Constituyen estas páginas la sentida y meticulosa descripción de la forma en que nuestros padres, y los padres de nuestros padres, mataban a un animal sin otro fin que el natural de reponer fuerzas y alimentar a la prole. Como hacían (y seguirán haciendo si Bruselas no lo ha prohibido ya) los gatos que con ellos convivían, los lobos que rondaban sus pueblos y los halcones, milanos y cigüeñas que los sobrevolaban. Con ánimo de salvar este secular rito del olvido al que las prisas, las tecnologías y las leyes actuales parecen haberlo condenado ya sin remisión, y para curiosidad de historiadores futuros, se dejan aquí pintados muy al vivo todos los cuadros que componían este drama doméstico. Quien desee zambullirse en la lectura de esta mínima historia descubrirá, también, que L. C. M. se ha tomado muy a pecho aquello del enseñar deleitando, que aprendió de los clásicos; y que, entiende, en consecuencia, que provocar el estimulante cosquilleo de una sonrisa no desdice de ningún asunto, por trascendente o dramático que pueda parecer, ya que el humor no se opone a lo serio, como algunos erróneamente piensan, sino a lo aburrido y pretencioso. Este tono distendido y ameno constituye, si no su principal virtud, su más anhelada aspiración.