«Mi infancia son recuerdos de una ventana orlada de glicinias que miraba al Pirineo, mi juventud mixtificaciones y aburrimientos en la escuela secundaria y de ingenieros, la vida adulta un caos de placeres y errores; sólo la madurez me ha traído serenidad y contento. No podía ser de otro modo en este país cainita, cafre y envidioso, que no tiene remedio y que acabamos ignorando para no despreciarlo.
España no me gusta y voy a explicar por qué, pero sin olvidar, como es de justicia, lo bueno, que hay que buscar con lupa, pero existe, como las meigas de mi querida Galicia, quizás la parte más sensata, por desconfiada, de este país.»