Existe una ingente deuda ecológica que se origina tanto en las desiguales emisiones de CO2 a la atmósfera, en la generación de pasivos ambientales, en la exportación de residuos, en la biopiratería, en el comercio injusto y en la negación de la soberanía alimentaria a los países empobrecidos y los deudores son tanto los gobiernos de los países importadores de recursos energéticos y materias primas como las compañías transnacionales que actúan con impunidad, sin responsabilidad social alguna y haciendo del negocio su único leit-motiv. Frenar estas injustas actividades extractivas y la codicia de las empresas que operan sin límite ni control es condición necesaria tanto para paliar el cambio climático como para lograr un mundo más equitativo y justo.
Sabemos que ha de disminuir la extracción de los cada vez más escasos combustibles fósiles y sin embargo cada día los países industrializados demandan más recursos energéticos de los países suministradores. Ahora además de petróleo, gas natural o uranio se demandan agrocombustibles para mantener un modelo de producción y consumo manifiestamente insostenible. Y ésta explotación insaciable de recursos energéticos ha generado una enorme deuda ecológica, que es perentorio reconocer, cuantificar y saldar.