Durante las últimas dos décadas, el EMDR se ha convertido en una opción de primera línea para el tratamiento de trastornos de estrés postraumático asociados a la exposición de eventos traumáticos, como accidentes, catástrofes naturales o desastres creados por el hombre. Mientras tanto, los clínicos han visto que la aplicación de EMDR es útil en el tratamiento de pacientes que han sufrido episodios emocionalmente traumáticos, descritos por ellos como característicos de su familia de origen, su historia personal y sus relaciones de apego. Un gran número de investigaciones y publicaciones han examinado en profundidad la eficacia de EMDR en este campo de trabajo de la psicoterapia. Por lo tanto, el EMDR está siendo utilizando cada vez más por los clínicos, trabajando con personas que sufren de traumas crónicos vinculados a relaciones interpersonales traumáticas.
Es de sobra conocido que, en los primeros años de vida, las interacciones con los demás dan lugar a conexiones importantes en el cerebro, que progresivamente influyen en la sensación interna que tenemos de nosotros mismos y la capacidad de tener relaciones sanas con el mundo exterior. Las experiencias de relaciones con las figuras de apego durante la infancia temprana pueden ayudar a desarrollar la autorregulación emocional y contribuir a la formación de patrones cognitivos, conductuales y emocionales. La investigación sobre el apego ha demostrado que son estas relaciones las que influyen en el desarrollo de la capacidad de equilibrar las emociones, establecer intimidad interpersonal, así como de la capacidad de autorreflexión y mentalización. Además, es evidente que la comunicación interpersonal y emocional dentro de la familia de origen puede sentar las bases para el desarrollo de recursos, el sentirse valioso y la resiliencia cuando uno está bajo una fuerte tensión emocional, fomentando por tanto la salud mental.