Juan Crisóstomo era un gran conocedor de los escritos de san Pablo, que había leído y comentado con detenimiento, y un entusiasta admirador de su vida, como queda patente en su comentario a los Hechos de los Apóstoles. Los discursos que componen este volumen no son un único tratado, sino siete piezas oratorias, pronunciadas en momentos diferentes, que tienen en común la figura de san Pablo, su personalidad, sus cualidades y su actividad apostólica, con el fin de honrarlo, elogiarlo y proponerlo como modelo. Sin embargo, desde muy pronto han sido publicados uno tras otro formando una unidad literaria. Y si bien todos ellos tienen en común los elementos que denotan un mismo autor, lo relevante es que cada uno constituye una pieza independiente sobre un tema concreto y con un desarrollo propio. Crisóstomo pronunció numerosos panegíricos de personajes del Antiguo Testamento y de algunos mártires, pero ninguno de ellos llegó a ser tan célebre como los siete discursos que forman este Elogio. Son muchas las virtudes del Apóstol que nuestro autor pone de relieve, pero quizá, entre todas ellas, destacan tres características del alma de san Pablo: la santidad, su celo apostólico y su fidelidad a la cruz de Cristo, que hacen de él, hoy como ayer, un modelo vivo de perfección cristiana.