En las lenguas que surgen en el solar románico encontramos varios términos que se refieren a la compleja tarea de traducir. La traducción formaba parte de un amplio conjunto de actividades, relacionadas con la exégesis y la escritura, de las que no se diferenciaba completamente. El trabajo con los textos consistía en interpretar, ordenar, ampliar o resumir otros ya existentes. Traducir no era más que una forma, en si misma plural, de la incesante reorganización textual en que consisitía la escritura. Nosostros designamos la traducción con un único término, pero en la Edad Media, la actividad no tenía rostro propio ni nombre único, porque no era una sola tarea, ni la noción de fidelidad era la misma que en la actualidad. Hoy diferenciamos entre traducción y adaptación, pero durante siglos no fueron trabajos separados ni diferentes. El vocabulario de la traducción se refiere a aspectos fundamentales del mundo medieval, porque supuso la comprensión de las culturas anteriores y, por tanto, la transmisión del saber. La Literatura y la ciencia de la antigüedad se interpretaron, tradujeron y glosaron una y otra vez. Pero la traducción se vincula también al desarrollo de las lenguas vulgares, a la aparición de géneros literarios y, al desarrollo de la literatura.