Un hombre que ara en un cortafuegos de un monte pone al descubierto un tesoro celtibérico con brazaletes, anillos, arracadas y pendientes de oro y plata, todo encerrado en una tinaja. Llegar al fondo de nuestras propias raíces es hermoso, como dice uno de loa jóvenes y entusiastas arqueólogos que han acudido al lugar para excavarlo. Pero no todo es fácil y apasionante, y la palabra tesoro y a es por su ampulosidad sinónimo de conflictos. Los aldeanos, que vigilan y olfatean, sólo ven en las excavaciones a unos hombres raros que quieren robarles lo suyo, otros tesoros, y se va creando un cerco, una tensión peligrosa que puede estallar en cualquier momento. En esa zona de la Castilla pobre es inútil hablar de ciencia o cultura, y las pasiones son siempre elementales. Por eso, Miguel Delibes da a cada personaje su valor auténtico, y además de poner de manifiesto el abandono campesino nos muestra a la gente del pequeño pueblo tal como es. Entre la codicia, la sospecha y el a veces excesivo celo de la prepotente administración quedará poco margen para un plausible protagonismo de la sufrida arqueología.