Si Horace Walpole puede considerarse el padre indiscutible de la novela gótica, Ann Radcliffe fue sin duda la madre. La ingeniosa y racionalista Ann Radcliffe evoca en sus obras los aspectos más sombríos y dramáticos de la naturaleza con una cierta poesía. Mediante una recargada ornamentación y una extravagante dramatización de las más variadas formas de transgresión (incesto, violación...), que prometían peligros inminentes, luego desplazados o incumplidos, lograba captar la atención del lector. Fue la más eximia representante de la escuela gótica y logró poner de moda aquel género en las postrimerías del siglo XVIII. Su influencia alcanzó a escritores como Byron, Shelley o las hermanas Brontë.