Cuando las cartas nos vienen malas y perdemos la partida que pensábamos que era nuestra única razón de ser, creemos que el reloj se ha parado y que la muerte es inminente. Sin embargo, suena entonces el teléfono y al otro lado del hilo se escucha una voz amiga y cálida, una de esas personas con la que no se ha hablado ni se ha visto desde los tiempos de la universidad, que vive fuera de España, que está en Madrid de paso y que te confiesa que le haría mucha ilusión cenar contigo. Entonces haces un esfuerzo terapéutico: ?Sí, claro, ¿cómo no??. Tomas el ascensor, atraviesas el umbral del gran portal del edificio en el que vives, te llega una cálida brisa de crepúsculo preestival, escuchas el ruido del tráfico y las voces de la calle. Entonces, sólo entonces, te das cuenta de que la vida sigue, te guste o no, te pegues un tiro o te abras las venas, y que te invita a continuar quemando etapas.