En una aldea de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, vivía ?no hace mucho tiempo? un hidalgo de mediana edad. Tendría unos cincuenta años. Era delgado, sus piernas eran largas y flacas, y su cara seca. Le gustaba madrugar e ir de caza. Unos dicen que se llamaba «Quijada» o «Quesada», y otros «Quijana». Pero esto importa poco a nuestra historia. Se pasaba las horas leyendo libros de caballerías, hasta tal punto que dejó de cazar. Ya no le interesaba más que leer esas historias apasionantes. Incluso vendió tierras para comprarse más libros.