El problema de Dios es el alma de la fe y del sentido del hombre. Si la pregunta sobre Dios representa la función determinante en la vida y las acciones del hombre creyente y religioso, entonces su influencia en la teología como reflexión sobre la fe no debe ser superficial, sino profunda; no parcial, sino total; no ocasional, sino constante; no circunstancial, sino permanente y determinante. Nunca se alcanza un punto final en el problema de Dios; por eso debemos buscar a Dios sin descanso. Debemos esforzarnos por conseguir una verdadera imagen de Dios que se corresponda con el Dios revelado en la vida y el mensaje de Jesús.
En nuestra época, el discurso acerca de Dios es cuestionado de múltiples maneras y goza al mismo tiempo de la máxima actualidad. El gran desafío de nuestro tiempo es buscar una respuesta sólida y fiable a la actual ambivalencia: puede observarse, por un lado, cómo brota un nuevo interés por Dios y la religión y, por otro, un ateísmo misionero agresivo y un extendido olvido de Dios, una secularización de la sociedad en curva ascendente, unida incluso a veces a una autosecularización de la misma Iglesia.
La respuesta fiable y válida al actual desafío no es ni un ciego y arrogante fundamentalismo ni un tradicionalismo vacío de espíritu, y menos aún un relativismo indiferente e indolente.
Por el contrario, nuestra misión consiste en redescubrir de nuevo el centro y la base de la identidad de la fe cristiana y entender la confesión de Dios como amor verdadero desde sus mismas raíces.