El personalismo musulmán, al considerar a la persona como primera referencia, no la presenta en absoluto como una suerte de mónada espiritual. La persona es un ser total, es materia viva, es espíritu que alienta en un cuerpo dotado de razón. El espíritu se distingue de la persona como la parte del todo, como el contenido del continente. Aunque es religioso, el personalismo musulmán rechaza cualquier teología que confronte a priori el espíritu y el cuerpo, dando preeminencia a uno de los dos sobre el otro. Creer es comprometerse.
La persona es poder de iniciativa y de opción: se adapta y adopta, prueba, y aprueba y desaprueba. Son las cualidades requeridas para declarar que la persona es autónoma. (...) El personalismo empieza donde la persona rechaza la sumisión ciega a cualquier persona y a cualquiera cosa y reconoce el valor supremo de la razón y del espíritu. Aun el hecho de reconocer ese valor no corresponde en absoluto a admitir las mistificaciones o la tiranía de la razón de otro, incluso la influencia ciega, dictatorial, de alguna ideología, aunque ésta fuese religiosa.
La persona es, de hecho, una realidad autónoma, pero en interdependencia: es un yo comunitario. Aunque son distintos, los yo convergen y se comunican amándose en Dios. Yen este amor es donde hallan el centro de encuentro y, debido a cierto toque de rechazo, el punto de partida de la toma de conciencia de la autonomía personal. Al ser autónomo, el yo se revela como una singularidad que se distingue por completo de las cosas y de los seres que no son ese yo. Decir yo supone decir también los otros, presentar los tú y los demás. Es establecer una distinción irreductiblemente relacional: el yo es autónomo-en-la-interdependencia-del-nosotros.
La persona, realidad doble y única a un tiempo, toma plena conciencia de sí misma por la as-sahadatu (testimonio): «No hay más Dios que Él». Merced a este acto, la persona afirma su realidad autónoma y su propia dignidad frente al Ser Supremo, al tiempo que da testimonio de su existencia.