Todo ello transcurre en el marco de la sociedad coreana, dotada de todos los adelantos modernos, pero pesadamente lastrada por la tradición. La historia se inicia de manera suave y serena, para hacerse gradualmente dura y amarga, de tal forma que ni tan siquiera los escasos rastros de piedad budista son capaces de sanar la profunda herida de las garras del destino.