Con la fragmentación territorial del Imperio Romano, a partir de la Tardoantigüedad el hábito epigráfico experimentó una trasformación evidente y, lejos de desaparecer, se prolongó sin solución de continuidad hasta el Renacimiento. Al menos tres fueron los procedimientos que aseguraron esta continuidad: la producción de nuevos epígrafes a imitación de los antiguos; el uso y la reutilización de epígrafes antiguos en contextos secundarios; y la producción de epígrafes falsos.