Escondidas de los romanos las reliquias de la vida y muerte de Cristo durante los tres primeros siglos, sufren luego las turbulencias de Palestina: invasiones y arrasamientos de templos (persas, árabes, Saladino, mamelucos, mongoles y túrcos). Por los mil y un vericuetos de la Historia habrían llegado los tres pliegues a Roma, Jaén y Alicante, de lo que quedó constancia en el llamado Milagro de las Tres Faces. Pero desde la llegada de éste a nuestra ciudad (finales del XV), su fama y devoción se extiende por doquier como lo prueba que en la segunda vuelta al mundo de Juán Sebastián Elcano, derrotado por el infortunio en el inmenso Pacífico y próximo a morir, hace reseñar en su testamento que se cumpla por otros la promesa que él tenía hecha de peregrinar a la Verónica de Alicante. Y los cronistas del XVIII dan cuenta de que al pasar los barcos extranjeros "al llegar a la altura que está enfrente del Monasterio disparan sus salvas con sus Cañones o Pedreros".
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