Ninguna sociedad puede existir sin autoridad, pero cada una de ellas tiene una modalidad particular para enfrentar esta inquietud, sin lograr jamás darle una solución definitiva. La sociedad chilena no escapa a este desafío. Si, por un lado, los individuos revelan una conciencia generalizada de lo inadecuado del autoritarismo, por otro lado se encuentra más que asentada la convicción de que sólo su ejercicio discrecional y fuerte, o sea "autoritario", permite garantizarla de manera efectiva. ¿Cómo explicar esta ambivalencia? La clave, sostiene este libro, es el miedo a los subordinados, un fantasma social generalizado en el país. Se trata del temor constante a ser desbordados por aquellos sobre quienes se debe ejercer la autoridad. Una aprensión de la que el autoritarismo extrajo y extrae su fuerza y su continuidad, porque es concebido como la única manera de lidiar, práctica e imaginariamente, con el temor de no lograr ejercerla.