Estos excepcionales documentos recorren cuatro decenios cruciales de la historia contemporánea china (de los años 40 hasta 1983). Son la memoria de personas que han probado en sus propias carnes hasta qué punto puede llegar la violencia de un poder ciego por la ideología, un poder que --después de haber vencido la batalla al enemigo armado-- estaba decidido a exterminar a los «enemigos sin fusil», tal como Mao describió a los intelectuales, creyentes y opositores.
Desde el punto de vista historiográfico, se trata de aportaciones de gran valor. Sólo hasta la actualidad no se había podido acceder a los testimonios autobiográficos sobre los laogai, los campos de trabajo forzados chinos. Esta obra intenta llenar este vacío. Además, este libro es un acto de denuncia del maoísmo, que, por medio de la propaganda y la ocultación, consiguió tapar durante años una cantidad de crímenes contra la Humanidad equiparables a los de Hitler o Stalin.
Leyendo El libro rojo de los mártires chinos se puede comprobar, en suma, la tragedia que cayó sobre el pueblo chino, y, en particular, sobre los creyentes. No obstante, el cardenal Zen puede escribir en su prefacio: «Las páginas que leerán no son por encima de toda otra consideración, páginas de sufrimiento y dolor: son también, y sobretodo, páginas de alegría».
«De entre los numerosos católicos encarcelados en China durante más de treinta años, no pocos nos han dejado sus memorias. Muchas han permanecido en el cajón durante mucho tiempo. Había motivos válidos para ello: no se quería inquietar a los poderes políticos, poniendo de este modo aún más en peligro a nuestros hermanos en la fe. Sin embargo, hemos de admitir que también había una especie de reluctancia. Durante muchos años el maoísmo ha sido exaltado más allá de todo límite razonable. También aquellos que no estaban de acuerdo no tuvieron el ánimo o la libertad interior para hablar fuera del coro ideológico. Quizá para no ser tachados de reaccionarios. Pero continuar hoy en el camino del silencio sería un error incomprensible e imperdonable» (del prefacio del cardenal José Zen, obispo de Hong Kong).