Fue ya el Papa León XIII quien en su Encíclica sobre el Espíritu Santo, Divinum illud munus (1897) pedía que los predicadores y párrocos recordasen que les pertenece enseñar con diligencia y claramente al pueblo la doctrina católica sobre el Espíritu Santo. Siempre tuvo el Espíritu Santo el riesgo de ser el gran desconocido frente a las personas divinas del Padre y del Hijo. Y siempre es difícil desvelar el misterio profundo del invisible Espíritu de Dios.Por medio de los símbolos del agua viva y del fuego, del viento y de la nube, del sello y de la unción, del vino nuevo y de las arras nupciales, del dedo de Dios y el perfume del Espíritu, del Paráclito como defensor y memoria de Cristo y de la Iglesia, el lector podrá descubrir horizontes espirituales atrayentes y aspectos vitales del Espíritu de Dios en las almas, que saben que no pueden tener acceso profundo al Padre por el Hijo si no es por medio del Espíritu. Que estas páginas sirvan a muchos de guía gustosa e iluminada.