Argumento de El Empeño de Heracles (73)
En un proceso que se inició a finales del segundo milenio a.C. los antiguos fueron adquiriendo un conocimiento nada desdeñable de las costas y de las gentes que se extendían más allá de las Columnas de Hércules (Estrecho de Gibraltar). Esa información, que en diferente grado llegó a ser compartida colectivamente por los mediterráneos, micénicos, eubeos, fenicios, hebreos, griegos, etruscos, romanos, etc. procedía de los hechos de navegantes, exploradores y mercaderes que se aventuraron por costas y mares totalmente desconocidos para ellos y que hemos conservado en relatos de viajes, periplos y naturalmente en mitos que arraigaron con fuerza en la sociedad antigua. Si a esos datos les sumamos los ya numerosos vestigios arqueológicos recuperados es posible trazar una secuencia con los hitos fundamentales de ese proceso de reconocimiento y colonización, empezando por las Columnas de Briareo -después de Hércules-, Tartessos, las Hespérides, Cerne, Thule, las Makaron Nesoi (Islas Canarias, Madeira), etc. Muchos de los relatos y mitos que se creían elaboraciones tardías, de época helenística, son en realidad el trasunto de viajes muy arcaicos, que concuerdan mucho mejor con la espectacular proliferación de hallazgos de esa época. Podemos hablar incluso de un conocimiento de la realidad atlántica anterior a los albores de la expansión fenicia y griega, que se superpone a unas relaciones indígenas atlánticas hasta ahora poco valoradas, que implicaron a británicos, habitantes de Normandía y Bretaña, peninsulares y africanos.1