a) Pretender sólo conservar intacto el depósito de la Revelación es una de las mejores maneras de ser infiel a él, de corromperlo y de traicionarlo.
b) Pretender comunicar la revelación del Dios de Jesús sólo desde la autoridad extrínseca y desde la imposición exterior significa deformarla ya de entrada.
c) Ambas tesis tienen múltiples e importantísimas consecuencias eclesiolóticas que caben en esta frase, tantas veces repetida por papas y teólogos: la Iglesia existe sólo para el bien de los hombres y no para bien de sí misma. Y ese bien de los hombres no es ni un bien abstracto ni un maximalismo inalcanzable, sino el mayor bien posible en cada circunstancia, situación y persona concretas>>
Así se expresa J.I. González Faus en su <<prólogo>> a l apresente obre de Juan Luis Segundo, donde el teólogo uruguayo, mediante un recorrido por el Antiguo y el Nuevo Testamento y la historia de la Iglesia, estudia las relaciones entre la fe, la revelación y el magisterio domático, reivindicando algo que quedó muy claro en el Vaticano II: que <<la revelación de Dios no está destinada a que el hombre sepa (lo que de otro modo sería imposible saber), sino a que el hombre sea de otra manera y actúe mejor>>. Sólo así podrá ser verdad algo que, por más tópica que pueda parecer su formulación, resulta urgente recuperar: que el dogma sea para el hombre, y no el hombre para el dogma.
González Faus llama también la atención sobre <<el carácter llamativamente integrador de este libro, tan profundamente respetuoso de todo y de todos, aun de aquellos de quienes disiente. Porque todo y todos están mirados desde la óptica creyente, que cuenta con que también de ellos se habrá valido el Espíritu, incluso a pesar de ellos. De todo podrá sacar punta el Espíritu. Y por eso esta obra, que parece tan crítica (y que quizá se le atragante a quien no la entienda), resulta ser, paradójicamente, tan esperanzada. Y concluye con la esperanza, como podrá ver el lector al llegar al último capítulo>>.